In Memoriam: Francisco Melguizo Fernández (1915 – 1998)
Luis Miranda García
Redactor ABC Córdoba & Pregonero de la Semana Santa de Córdoba 2.011
«Como sabéis que soy un poco músico…» Francisco de Sales Melguizo Fernández (Córdoba, 1915-Sevilla, 1998) nunca fue un hombre que cayera en la falsa modestia, que vista de cierta forma no deja de ser soberbia vestida de menestorosa, pero tampoco se arrogaba una condición que no tenía. Un poco músico, dijo de sí en 1987, cuando se cumplía medio siglo de la fundación de la hermandad de la Misericordia, su hermandad de la Misericordia. La cinta la conservó Antonio Varo y la difundió la desaparecida emisora ABC Punto Radio en Córdoba en la Cuaresma del año 2012, y en ella habló de muchas cosas, pero define cuál fue su relación con el arte de los sonidos.
Porque aunque fuera un poco músico, Francisco Melguizo estuvo presente en unos años portentosos en que nacieron muchas de las mejores marchas dedicadas a las hermandades cordobesas y sobre todo en que se creó algo parecido a un estilo cordobés. Costó que arraigara y tuvo épocas de letargo, pero con el paso del tiempo y con el trabajo de personas sensibles recuperó el lugar que tenía.
Los seres humanos pueden tener intereses y dedicaciones diferentes, pero algo que no varía es que se muestran en ellas tal y como son. Francisco Melguizo fue un hombre entusiasta desde joven y fue capaz de contagiar sus ganas a los que le rodeaban. Cuando pudo firmar una marcha procesional tenía 35 años y ya había puesto en marcha una nueva cofradía que no sólo estaba en la calle, sino que había sido capaz de tener personalidad desde el primer minuto. Se había formado en las Angustias, la cofradía a la que perteneció 70 años y a la que siempre se sintió unido, pero su personalidad la tuvo que desarrollar en torno a aquel Crucificado del sagrario de la Magdalena al que se encomendaba cuando hacía oposiciones.
Para los que piensan que lo que pasa en una hermandad sólo influye en ella, la Misericordia fue un cierto revulsivo en la Semana Santa de Córdoba desde 1937 y un modelo para algunas de las que vinieron después. Todavía pasaría mucho tiempo antes de que una hermandad supiese que su guion debía tener estilo, personalidad y unidad, como el que había hecho Díaz Peno. En aquellos años la magnificencia de sus altares de cultos, siempre completados por algún predicador excelente llegado de fuera de Córdoba, se engrandecía con la Capilla Musical de la hermandad. En todo ello está la mano de Francisco Melguizo como primer hermano mayor y gran impulsor.
Dijimos en ABC que Melguizo fue el primer capillita, en el sentido de que estuvo pendiente de lo que sucedía fuera de su hermandad, en Córdoba y en Sevilla, y no para copiarlo, sino para ir a las mismas flores a hacer una miel distinta, como habría dicho don Antonio Machado.
Hay que volver a la frase inicial: un poco músico. En 1950 la Misericordia incorporó a su estación de penitencia a la imagen de Nuestra Señora de las Lágrimas en su Desamparo y Francisco Melguizo escribió una marcha. Amaba la música, pero sabía que no podía escribir mucho más de una melodía. Sin embargo, estaba rodeado de compositores de verdad que le ayudaron a que lo había escrito al piano se pudiese tocar por banda de música.
Era el momento. Entre 1949 y 1958 escribió Dámaso Torres ‘Misericordia, Señor’, Gámez Laserna ‘Saeta cordobesa’ y ‘Salve Regina Martyrum’, Enrique Baéz ‘Virgen de las Angustias’ y ‘Jesús Caído’, José Timoteo ‘Santísimo Cristo de las Penas’ y ‘Jesús Rescatado’, y Luis Bedmar ‘Vida de un alma’. Ahí quedó, que dirían los de ahora. Francisco Melguizo no tenía sus conocimientos, pero les pidió ayuda. Enrique Báez instrumentó y armonizó ‘Lágrimas y Desamparo’, la marcha que desde entonces acompaña de forma infalible a la Virgen, con la sencilla y seria melodía que empieza en los bajos y el dulce trío que suena como las bambalinas todavía sueltas dando en los varales.
De aquella primera nació otra. En aquellos años la Banda Municipal de Música de Córdoba iba cada día con una hermandad en la carrera oficial, y cambiaba cada año. Aquel 1950 le correspondía a la Paz, pero Melguizo pidió a la también joven cofradía de Capuchinos que le cediera el turno para que aquel primer año la Virgen de las Lágrimas también estrenase su marcha. El agradecimiento también tuvo forma musical, como se sabe: en 1952 escribió ‘Paloma de Capuchinos’, otra de las marchas cordobesas clásicas, elegante y triunfal primero y lírica al final. Esta vez se la instrumentó Pedro Gámez Laserna. Conociéndolo no es descabellado pensar que pidiera la wagneriana ‘Misericordia, Señor’ a Dámaso Torres, director de la Banda Municipal y autor de la ‘Marcha de la ciudad’, algo así como un himno oficioso en la Córdoba de entonces.
Fue durante toda su vida crítico musical con el pseudónimo de ‘Clarión’ y participó en la reorganización del Real Centro Filarmónico Eduardo Lucena. Todavía en aquellos años portentosos escribió Melguizo otra marcha más, tal vez la mejor suya, pero también de las menos difundidas. ‘Señor de la Caridad’ empieza de forma lúgubre, sigue a lo romántico y hace contrastar elegantes llamadas de trombones con mucho lirismo de las maderas. La banda de la Esperanza, incansable en su tarea de buscar en lo menos conocido, la ha recuperado en los últimos años.
En los años siguientes el buen impulso regenerador y vitalista que había tomado la recobrada Semana Santa de Córdoba cedió algo. Melguizo tuvo otros destinos fuera de la ciudad, pero escribió otra marcha menos conocida para la coronación de Nuestra Señora de los Dolores en 1965. Se llamó ‘Virgen de los Dolores’ y se basa en el tradicional cántico ‘Salve, Madre’.
Con el tiempo terminó el capillita y compositor por establecerse en Sevilla. Vivió en la calle que se llamaba como la cofradía que había fundado en Córdoba, Misericordia, y nunca dejó de ser cofrade, porque llegó a ser teniente de hermano mayor del Amor. En 1976 se reencontró allí con Pedro Gámez Laserna, que había sido director de la mítica Soria 9, y en una de sus charlas recordaron un pasodoble titulado ‘Los chicos de Dominguín’ que el de Jódar había escrito junto al también compositor Luis Serrano Lucena para una novillada en Córdoba en 1939. Las partituras se habían perdido para siempre, se lamentó Gámez. O eso creía, porque Melguizo tenía en la cabeza todavía la música de aquel pasodoble que sólo sonó un día. Así que tarareó la melodía, Gámez la escribió y se interpretó otra vez en 1978.
En 1981 este hombre que se decía “un poco músico” afrontó el reto de una marcha de nombre casi subversivo: ‘La música del Silencio’. Silencio con mayúscula, porque se refería a la Primitiva Hermandad de los Nazarenos de Sevilla, y se desarrolló a partir de las famosas saetillas barrocas que acompañan su estación de penitencia en la Madrugada. Tejera la difundió y la grabó y quedó como una de esas marchas de fondo de repertorio que aparecen de vez en cuando y gusta escuchar por su elegancia formal.
En 1990 prestó otro de sus últimos servicios a la música cuando pidió a un músico paisano suyo, entonces desconocido en el ámbito procesional, que escribiese una marcha para la Virgen del Valle. José de la Vega Sánchez, que así se llamaba aquel violinista, escribió una obra que registró como ‘Madre Dolorosa’ hasta que la cofradía terminó por aceptarla. Hubo que esperar más de quince años, pero ‘Valle de Sevilla’ se hizo una clásica en toda Andalucía por méritos propios y lanzó el aprecio de su autor. No lo vio Melguizo, que murió en 1998, pero para ser “un poco músico” no está mal tanta aportación.
Señor de la Caridad. 1956
La Música del Silencio. 1981
Virgen de los Dolores. 1970
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